Las protestas por el proyecto minero Tía María 2015 nos recuerdan a las de Conga 2012. Tenemos una sensación de déjà vu, como si la película tuviera los mismos actores y similar guion. ¿Veremos el mismo desenlace? ¿Por qué es tan difícil el diálogo? ¿Es posible la cooperación entre la minera y los agricultores? ¿Cuál debe ser el rol del Estado?Hay muchas perspectivas de análisis, pero veamos dos. Primero, en términos económicos, el enfoque nacional puede ser muy diferente del regional. Por ejemplo, consideremos las cifras a valor social presente de dos proyectos: una mina privada (A) y una irrigación pública (B). Ambos proyectos cuestan 100 cada uno, pero el costo de la mina para la región es 10 (por la contaminación) mientras que para la irrigación solo llega a 5 (el fondeo proviene de los impuestos nacionales). Supongamos que el beneficio total de cada uno es 20, pero en la irrigación esos 20 se quedan en la región, mientras en la mina solo se quedan 5. En este ejemplo, la tasa de beneficio de los dos proyectos es igual desde el punto de vista nacional, pero, para la región, la irrigación es ocho veces más rentable que la mina (400% versus 50%). En el extremo, una irrigación podría tener una rentabilidad muy negativa para el país, pero muy positiva para la región, en tanto los costos los paguen otros. Al revés, una mina podría tener una rentabilidad nacional muy elevada, pero negativa para la región, si la mayoría del valor agregado se fuese afuera y los pasivos ambientales permanecieran adentro.Tales dilemas se pueden solucionar con un Estado que obligue a la empresa a internalizar los costos de la contaminación (un buen estudio de impacto ambiental) y que canalice parte de la renta minera en beneficio de los agricultores. Por ejemplo, a través de un buen uso del canon o la creación de fondos ad hoc. Esto último podría ser objeto de una negociación, pero acá viene el segundo problema, el diálogo de sordos.El Informe 2015 del Banco Mundial (Mente, sociedad y conducta) relativiza el concepto de elección racional donde "los individuos sopesan cuidadosamente sus opciones, analizan toda la información disponible y toman decisiones por sí mismos". En contraste, el informe subraya tres principios en las decisiones humanas: el pensamiento automático, el social y el basado en modelos mentales. Frente a cualquier estímulo, la mayoría de las veces respondemos en automático, sin analizar toda la información, usando atajos cerebrales basados en las creencias y los modelos mentales de nuestro grupo social. Ese sentido común, esa cultura, es muy diferente entre campesinos y empresarios mineros. Todos debemos contribuir a construir un terreno común, un mínimo de consenso social, una ciudadanía compartida. Por lo pronto, el Estado debe facilitar el diálogo, usando profesionales de las ciencias sociales, comunicadores y operadores políticos, señala Javier Portocarrero, director ejecutivo CIES.