Poco duró el alto al fuego político del gobierno, laboriosamente conseguido por la presidenta del Consejo de Ministros, a través de los cambios en el Gabinete. Apenas unas horas después de la juramentación de los nuevos titulares de Interior, Justicia, Energía y Minas y otras carteras, el presidente Ollanta Humala, desde Huánuco, arremetió otra vez contra "los que ya se están presentando a las candidaturas" [sic], conminándolos a pronunciarse sobre la continuidad de los programas sociales."Que digan si realmente quieren o no al Perú y no se pongan a criticar a los luchadores sociales, como Nadine", dijo. Y luego, aludiendo a unas imprecisas ‘posturas políticas’ que ejercerían la referida crítica a esos programas, añadió: "Quieren tumbárselos".La arenga estaba en sintonía con unas declaraciones suyas del día anterior en las que, siempre a propósito de las últimas denuncias que involucran a la primera dama, habló de "algunos medios de comunicación" y de "algunos personajes que salieron del partido [nacionalista] resentidos" que se juntan y tratan de "armar un caso" contra ella, lo que supuestamente afectaría al Estado de derecho. "Tenemos que defender nuestra democracia", sentenció.Los cargos -querer traerse abajo los programas sociales y atentar contra la democracia- son serios; y los imputados -la oposición que seguramente presentará candidatos en las próximas elecciones y la prensa crítica-, viejos conocidos de la retórica del gobierno cuando los problemas lo apremian. Las pruebas de la conjura, sin embargo, no se ven por ninguna parte.¿Ha amenazado efectivamente alguno de los potenciales postulantes a la presidencia en el 2016 con cortar los programas sociales que lleva adelante esta administración si llega al poder? Y, por otro lado, ¿pone realmente en riesgo el sistema democrático la insistencia periodística en que una persona que ni siquiera forma orgánicamente parte de este gobierno aclare, por ejemplo, una peculiar llegada de 215 mil dólares a su cuenta bancaria, más allá de los argumentos legales que use para pedir el archivamiento de la investigación que se le sigue por ello?No lo parece. Pero en su esfuerzo por defender a la señora Heredia -que de eso trataron en última instancia sus dos intervenciones-, el presidente no tuvo reparos en crear la amenaza imaginaria. Y eso acarrea dos circunstancias altamente inconvenientes.Por una parte, que, como advertíamos en el editorial del martes, la vulnerabilidad de la primera dama se contagie innecesariamente a toda la administración humalista. Y, por otra, que los ataques gratuitos del mandatario a la oposición y a la prensa traigan de regreso por la ventana los que la señora Ana Jara tan trabajosamente había sacado por la puerta junto con el ministro Daniel Urresti.¿Por qué suponen esos hechos un problema? Pues, en lo que concierne al primero, porque, por motivos aparentemente personales, aquí sí se pone en peligro la estabilidad no solo del gobierno, sino del régimen. Mientras que en lo tocante a lo segundo, podríamos estar volviendo al punto en el que estaban las cosas antes del recambio ministerial, con la crispación y la imposibilidad de sacar adelante medidas negociadas con la oposición que existían en ese momento. Una situación, además, en la que se complica hasta una convocatoria como la que hizo ayer el presidente a los líderes de todos los partidos políticos para tratar el asunto del pretendido espionaje chileno.Lo más preocupante de todo, no obstante, es esta necesidad del gobernante de fabricarse antagonistas ilusorios, que ni siquiera tienen el resplandor misterioso de aquel ‘sabio Frestón’ que presidía los delirios de Don Quijote ("Es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza", decía el caballero de la triste figura con mucho mejor prosa que el presidente). Porque ante esa obstinación absurda queda la sensación de que, en realidad, lo que se busca es un pretexto para justificar la inoperancia de una administración que está todavía demasiado lejos de culminar su mandato como para no activar ni una sola reforma.