El cambio de mando en Chile se ha producido dentro de lo previsto, exitosamente y sin contratiempos, y la socialista Michelle Bachelet es la nueva presidenta en funciones. Es saludable que una nación latinoamericana haga de su normalidad institucional una regla de oro, al revés de lo que ocurre en no pocos países de la región.Ciertamente, son síntomas de madurez que en este caso la Concertación Democrática de centro izquierda, consolida en su cuarto gobierno, y lo hace esta vez con una mujer al frente.Es mucho lo que se ha avanzado en los últimos tiempos, luego de concluida la traumática dictadura militar del general Augusto Pinochet, cuyos crímenes por derechos humanos y visibles signos de corrupción son materia de repulsa internacional. Precisamente, hoy se desdibuja cada vez más el estereotipo de que el despegue económico se debe a la mano dura de dicho régimen. El camino de retorno al Chile democrático de hoy ha sido arduo pero fructífero. Poco a poco se ha ido borrando la férrea división entre los chilenos y derribado los candados que había dejado la dictadura militar, hasta hacer posible el progreso en materia política y económica. Chile es hoy uno de los países de mayor crecimiento y estabilidad que genera una sustantiva confianza en los inversionistas, lo que le ha permitido sellar promisorios tratados de libre comercio con Estados Unidos, China y la Unión Europea.Por supuesto que siguen pendientes varios retos, como ha reconocido Bachelet. Además de restañar las heridas de la campaña, tiene que reafirmar los logros económicos, acortar la brecha entre ricos y pobres, promover la inclusión y hacer de la igualdad de oportunidades y del mayor y digno empleo los puntales de un nuevo gobierno. En cuanto a la política exterior, es de esperar una mayor apertura para tratar el problema boliviano y, en lo que toca a la agenda bilateral con el Perú, concluir el asunto de los límites marítimos.