No cabe duda de que la creatividad política de Alan García es insuperable. Ha logrado remontar algunos puntos no solo bailando, sino, sobre todo, segmentando su discurso, sus promesas. A cada grupo social u ocupacional, su regalo. Así, a las madres (y sus familias) de los comedores populares y del vaso de leche les ofreció no solo fortalecer esos programas (pese a que no cumplen sus objetivos), sino incorporarlas al Seguro Integral de Salud (SIS). Luego sacó la Sierra Exportadora para los campesinos andinos, una propuesta atractiva más allá de lo fantasioso que resulte incorporar 150 mil hectáreas de la sierra a la exportación, cuando en toda la costa no hay más de 70 mil. Allí no quedó todo: a los campesinos y agricultores en general les ofreció doblar el capital del Banco Agrario en los primeros 180 días. Luego, a los microempresarios y pequeños empresarios les prometió dos bancos, a falta de uno: Cofide, transformado en banco de primer piso, y el Banco de la Nación, pese a que ninguna de estas dos entidades posee experiencia en ese rubro y pese a que, en cambio, sí hay un muy dinámico conjunto de entidades (cajas municipales, Edpymes y, recientemente, los propios bancos comerciales) que ha logrado incrementar el microcrédito en 120% en los últimos cinco años, incorporando a 500 mil nuevos prestatarios. Y así sucesivamente. La última ha sido la promesa de crear un fondo de jubilación para los taxistas, con aportación del Estado, por supuesto. Dos son los elementos que componen casi todas estas ofertas: un grupo social u ocupacional definido y un instrumento concreto, claramente identificable (banco, pensión, fondo, seguro, etc.). Es una mecánica eficaz que brota espontáneamente en una cultura ideológica populista, pero García es especialmente hábil en desplegarla. Un poco la idea de que el Estado es una caja sin fondo de la que se puede sacar regalos para todos.Esa es la razón por la que la oferta de Lourdes Flores, en cambio, no resulta tan variada ni concreta: sus propuestas son más transversales, más cualitativas u orgánicas, y no siempre tienen un grupo social definido como destinatario. La reforma de las políticas sociales, por ejemplo, muy bien planteada, pero abstracta para las masas. Aunque ya empieza a focalizar: los 2 mil millones palanqueables para las microempresas y pequeñas empresas, de todos modos etéreos, poco creíbles, sin embargo, porque son "palanqueables": no están allí, no son un banco. Es la desventaja inevitable de una ideología menos populista.¿Y Humala? Su método es otro: él moviliza los sentimientos o, mejor, los re-sentimientos: los pobres contra los ricos, la maldad de las transnacionales que se llevan nuestra riqueza, el "macho" que se enfrenta y no le tema a nada. Moviliza impulsos más primarios. Tres aproximaciones diferentes que apuntan a tres niveles distintos de maduración social y política. Veremos qué pasa. Dos son los elementos que componen todas estas ofertas: un grupo social definido y un instrumento concreto, identificable (banco, pensión, fondo, seguro, etc.), señala Jaime de Althaus Guarderas .