La renuncia del embajador Javier Pérez de Cuéllar a la Comisión Consultiva del Ministerio de Relaciones Exteriores es un hecho sumamente lamentable que afecta la imagen y eficiencia de esta institución.Son atendibles las razones expuestas públicamente por el insigne embajador que honró a nuestro país al ocupar la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su posterior desempeño al frente de la cancillería contribuyó decisivamente a recobrar el prestigio de esta entidad, manoseada políticamente por el régimen fujimontesinista, y es evidente que su reciente nombramiento como embajador y miembro de la comisión consultiva agregaban lustre a estos cargos.Sin embargo, precisamente por el respeto y la gratitud que merece un peruano tan ilustre, que ha prestado un invalorable servicio a la nación, no puede pasar desapercibido el incidente --del que da cuenta El Comercio--, que sería realmente la causa de la renuncia y que, por decoro, el embajador Pérez de Cuéllar ha preferido no ventilar.Según un reporte que un oficial de seguridad de la ONU habría enviado a sus superiores el pasado 17 de febrero, el embajador Pérez de Cuéllar se habría encontrado fortuitamente con el actual canciller Óscar Maúrtua en un salón del aeropuerto de Nueva York, tras una visita a Washington. De acuerdo con la fuente, este último habría aparecido en una actitud descompuesta y empleado expresiones "fuera de lugar" que habrían abochornado profundamente al ex secretario de la ONU y, por supuesto, también al país. Obviamente, el embajador Pérez de Cuéllar no habría podido disimular su enfado e incomodidad ante las impertinencias de Maúrtua y habría optado por retirarse escoltado por su seguridad.Tal situación debe aclararse para lo cual es menester una investigación sumamente exhaustiva, no solo a nivel de la cancillería, sino también del propio Congreso, que podría solicitar a la ONU que informe oficialmente al Gobierno Peruano sobre lo sucedido.De confirmarse estos hechos tan graves y bochornosos, el Gobierno tendría que tomar decisiones severas contra los responsables, pues no se podría mantener en el cargo a un diplomático que se conduce de manera tan torpe e irresponsable. Hay, por lo demás, temas delicados y gravitantes que reclaman la atención y evaluación de la cancillería, cuyo timón tiene que ser ejemplo de corrección y respeto a las formas y al protocolo.