En los últimos años, diferentes proyectos mineros se frustraron debido a la reacción en contra de las comunidades aledañas. Tal vez, el caso más notorio fue el de Conga, pero no fue el único. Entre los muchos proyectos que no se pudieron iniciar o que sufrieron demoras significativas se encuentran Tía María, en Arequipa; Río Blanco, en Piura; Santa Ana, en Puno, y otros 30 más. La inversión total de estos proyectos podría haber alcanzado los US$ 30,000 millones.2. Para muchos resulta difícil entender cómo los pobladores de estas localidades se oponen a los proyectos mineros, pues los beneficiarán económicamente. El oponerse a algo que los va a beneficiar no es racional y, por lo tanto, resulta difícil de entender para muchos observadores, quienes concluyen que estos pobladores actúan irracionalmente o, alternativamente, que se comportan así producto de la desinformación. Pero cuando se analiza un poco más el tema, es claro que este comportamiento no puede explicarse por la desinformación. Muchas compañías mineras y el Estado gastaron ingentes recursos en informar sobre los alcances de los proyectos y sus potenciales beneficios para la población. 3. La desconfianza sí juega un rol. De hecho, socava los esfuerzos por transmitir información que debería servir de base para un análisis racional. Al respecto, un artículo de El Comercio del domingo pasado ("La hora de las comunidades") enfatiza el reto generado por la desconfianza "natural" de las comunidades campesinas. Aunque la confianza puede resultar un factor fundamental e ir construyéndola es tarea de todo inversionista, es importante también tomar en cuenta el componente irracional del comportamiento de las comunidades. De hecho, la irracionalidad -el componente emocional- puede explicar por qué diferentes proyectos no consiguen la famosa "licencia social".4. Todos sabemos que las emociones guían muchas de nuestras decisiones. Sin embargo, muchos analistas, sobre todo muchos economistas, olvidan esto con mucha frecuencia y de allí su incapacidad para entender el comportamiento de algunos grupos humanos, como las comunidades campesinas. Pero esto está cambiando, hay muchos desarrollos recientes en la literatura económica que están mejorando nuestra capacidad de entender el mundo y el comportamiento irracional de los seres humanos.5. En un libro reciente, "Getting More", el profesor Stuart Diamond, del Wharton School, provee un interesante análisis de la irracionalidad en las negociaciones. En un experimento, se le ofrecen a una persona US$ 10 para compartirlos con otro individuo, pero si el otro no está de acuerdo con la repartición propuesta por el primero, ninguno obtendrá un centavo. Cuando a la otra persona se le ofreció US$ 1, el 75% de los entrevistados rechazó la oferta. El autor remarca que "esto carece de racionalidad. Es mejor irse a casa con US$ 1 que con nada. Pero el sentido de injusticia de que la otra persona se lleve la mayor parte del dinero la hace actuar de manera emocional, yendo en contra de sus objetivos e intereses. De hecho, con una oferta de 30/70 solo se obtuvo acuerdo en dos tercios de los casos".6. Las comunidades pueden estar comportándose como el segundo individuo del experimento, rechazando ofertas por considerarlas injustas, a pesar de que se perjudiquen por su decisión. Y muchas empresas se comportaron como el primer individuo, al no estar dispuestas a compartir los beneficios del proyecto de una manera que fuese percibida como "justa" por las comunidades. Pero ¿qué es "justo"? Tal vez una definición apropiada sea "aquello que permite obtener la licencia social", señala Carlos E. Paredes, director de Intelfin y profesor de economía de la USMP.