La política no deja de sorprendernos negativamente: en las últimas horas, mientras han arreciado algunos ataques electoreros, el candidato del partido gobiernista ha renunciado a la plancha presidencial. Asimismo, las cabezas del grupo humalista son objeto de graves acusaciones, que podrían forzar a la renuncia de alguna de ellas.Mientras tanto, varios otros partidos --ante la presión fiscalizadora de la prensa-- se han visto obligados a revisar sus listas de candidaturas al Congreso, en las que se habían colado personajes prontuariados o indeseables.Todo esto, que se veía venir, pone en evidencia la fragilidad de las instituciones partidarias, tanto antiguas como nuevas. Y no solo en su falta de empatía con la población, sino sobre todo en su falta de estructura, de espíritu democrático y de coherencia básica. En el caso de Belaunde hay que reconocer su gesto hidalgo para renunciar a una campaña con cuya lista congresal, sin embargo, no estaba de acuerdo y de la cual desprotricó reiteradamente. En cuanto a los humalistas, su líder no responde claramente a las denuncias en su contra, mientras el postulante a la vicepresidencia responde a las suyas con el estribillo de la campaña de demolición. Además este grupo ha debido revisar su lista congresal, fruto de una negociación electorera. ¿Dónde queda la democracia interna, propia de los partidos políticos?Ante estas improvisaciones, tenemos que valorar sin duda la valla del 4%, pero quedan reformas pendientes para transformar los partidos en instituciones fuertes y legítimas, que se constituyan en la base del debate político y de las aspiraciones de gobierno. Solo así evitaremos los deplorables espectáculos de los últimos días.Para recuperar credibilidad ante los electores, los partidos deben escucharlos. Una manera es que el próximo Congreso asuma como primera tarea la renovación por tercios, la fiscalización ciudadana y la consolidación de la democracia interna.