Según la última encuesta de Ipsos, la mayoría de peruanos sostiene que en estos tiempos el Perú no está progresando; peor aún, un porcentaje importante afirma que está retrocediendo. Cuando el presidente Ollanta Humala llegó al poder, encontró en su escritorio varios proyectos negociados: La renovación del contrato de la telefonía móvil y el diseño de la red dorsal de fibra óptica a nivel nacional, el Gasoducto y la industrialización del gas para el sur del país, tres colegios emblemáticos a punto de terminarse, el nuevo Hospital del Niño casi listo, entre otros. Pero en vez de inaugurar, firmar y empezar su gestión con dinamismo y buen pie, su gobierno decidió reiniciar la negociación de cada contrato e investigar la construcción de cada uno de los edificios públicos edificados. En paralelo formó una "megacomisión" para escrutar al mismísimo ex presidente García y se entrampó en un dime que te diré con la administración anterior que no tiene cuando acabar. Dos años y medio después, recién se está por decidir quién hará la red dorsal, en la que no participará Telefónica, la empresa más capacitada para hacerlo. Y el Gasoducto del Sur ha cambiado de diseño tantas veces como los meses que han transcurrido desde su paralización. El absurdo sonsonete nacionalista, de que Petro Perú y los Gobiernos regionales debían ser socios de ese megaproyecto, espantó a los inversionistas iniciales y hasta el momento el Estado no encuentra una empresa que quiera construirlo. Guardando proporciones, Susana Villarán hizo lo mismo en Lima. Castañeda había dejado varias obras, casi listas, seguramente pensando en que se inaugurarían durante su campaña presidencial; y ella, en lugar de llegar, terminar e inaugurar las obras más avanzadas, llegó a investigar la gestión anterior y a promover denuncias contra el ex alcalde. El resultado fue la paralización de todas las obras y el estancamiento de la ciudad. Los dos ganaron elecciones con el apoyo de la izquierda y en el camino, recurrieron a uno que otro empresario mercantilista para el financiamiento de sus campañas. Ambos gobiernan inventando enemigos, confrontando con adversarios verdaderos e imaginarios y justificando sus errores en la supuesta “mala leche” de sus competidores políticos. En estos días, sin embargo, el parecido entre estas dos administraciones, se hermana en el deterioro de su popularidad. Ollanta Humala y Susana Villarán enfrentan hoy la crítica de la ciudadanía y pierden, a paso firme, la confianza de quienes los eligieron. Ipsos refiere que casi la mitad de los que votaron por él en el 2011, ahora se arrepienten. Hace mal cuando se arriesga e insiste en el absurdo de militarizar y estatizar, en la práctica, las Universidades del país. El no puede impedir que los jóvenes se eduquen en libertad. La lógica velasquista, ya no funciona en el Perú: yo decido quién dirige esta universidad, y qué carreras se dictan en esta otra. Eso solo va a exacerbar los ánimos de los estudiantes y a detener las inversiones en educación, justo ahora que los empresarios han anunciado que se comprometerán en serio. ¿Quiere el Presidente terminar como la Alcaldesa? Todavía puede tentar un final diferente. (Cecilia Valenzuela)