Fue a Venezuela y regresó con la consigna de oponerse al TLC con EE.UU. Así lo hizo, al tildar de irresponsable al Gobierno y pedir un referéndum para aprobarlo. Francamente, rechazar oblicuamente dicho tratado solo para darle gusto a Hugo Chávez es vergonzoso y servil. Pero es, sobre todo, una consigna malvada para mantener al Perú en el atraso y volverlo dependiente de la petroayuda venezolana. Porque es obvio que un tratado de libre comercio con el mercado más grande del mundo, 180 veces mayor que el nuestro, no puede sino beneficiarnos. Por eso hay más resistencia a aprobarlo en el congreso norteamericano que en el nuestro. Por eso hay más antiglobalizadores y proteccionistas en EE.UU. que en el Perú, pese al oscurantismo de las posturas falazmente nacionalistas en nuestro país. En efecto, una proporción cada vez más amplia de la opinión pública norteamericana rechaza los tratados de libre comercio porque son la puerta de entrada a su mercado de productos agrícolas y manufacturados (confecciones, calzado, metalmecánica, etc.) más baratos que los que producen ellos y que terminan cerrando fábricas y desplazando empleo a nuestros países. Para los norteamericanos globalización es sinónimo de pérdida de empleos. Esa es la realidad. No darse cuenta solo para seguir sintiéndonos víctimas de una gran oportunidad es tener demasiada capacidad de llanto o ignorancia. En EE.UU. primero fue el temor a los productos y capitales japoneses, que compraban todo. Luego a los productos de los tigres sudesteasiáticos. Finalmente el pánico ante la invasión de productos (y ahora capitales) chinos, a los que se les ha vuelto a levantar barreras. Nosotros, sin darnos cuenta, casi a pesar nuestro, formamos parte, aunque muy pequeña, del caudal de importaciones que atemoriza a los gringos. Lo increíble es que, en lugar de aprovechar esa corriente para hacerla aun mucho más grande y poderosa a través de los TLC a fin de conquistar espacios crecientes en el consumo de los países ricos, nos neguemos neciamente a usar la única arma que tenemos en la división internacional del trabajo para poner picas en Flandes, apoderarnos de nichos de mercado, crecer y salir de la pobreza. ¿Cómo pueden llamarse "nacionalistas" quienes tiran por la borda el ariete que nos permitiría penetrar la muralla norteamericana? Habría que llamarlos traidores a la patria.Un TLC nos permite, además, emanciparnos del modelo primario exportador hacia una estructura exportadora mucho más manufacturera. Porque las exportaciones de minerales o café no necesitan TLC. Las de alambrón, confecciones, baterías de automóviles y otros productos con valor agregado, sí lo necesitan, pues ellos todavía los producen y les ponen aranceles altos. ¿Quieren los nacionalistas condenarnos a quedarnos para siempre en una estructura productiva primaria? Les encantaría, para seguir llorando.¿Cómo pueden llamarse "nacionalistas" quienes tiran por la borda el ariete que nos permitiría penetrar la muralla norteamericana? Habría que llamarlos traidores a la patria, señala Jaime de Althaus.