PERSUACIÓN MORAL
7 de mayo de 2013

Una de las cosas que aprendí durante mi breve paso por el The Economist Group es que uno no necesita llamar a nadie "tonto" para dejar en claro la supremacía de las ideas propias. Basta con demostrar que lo es. Si el empresariado quería mostrarle al Gobierno su error en siquiera considerar la compra de los activos remanentes de Repsol en suelo peruano, debió mostrar que, en efecto, se trataba de una mala idea. En vez de ello, recurrió a la diatriba, la exageración y las medias verdades. Se llamó a viva voz al cuco de "La Gran Transformación" y se dio como hecho dado, cierto e inmutable lo que a la postre ha resultado ser un intento fallido al mejor estilo freudiano.Lo cual nos lleva a reflexionar acerca del accionar del empresariado como grupo, tan disímil en la persecución de sus intereses específicos, pero tan parecidos en su forma de actuar a la hora de defender sus intereses comunes. En este último caso, predomina el espíritu de cuerpo y la demarcación clara y rotunda de una línea en la siempre movediza arena de las relaciones público-privadas, un verdadero Rubicón. Línea de demarcación que el Gobierno ha decidido no cruzar, probablemente porque jamás estuvo en sus planes hacerlo. Pero, esto último ya no importa. En el imaginario popular, el empresariado ha forzado y logrado un retroceso. Victoria, dirán algunos. Pero, victoria inútil, pírrica y hasta contraproducente. La persuasión moral así ejercida -recurriendo al miedo en lugar de acudir a la razón- se parece demasiado al "le voy a hacer una oferta que no pueda rechazar" de Don Vito Corleone, alias "El Padrino". Puede que sea efectiva, como en efecto suele serlo. Pero no cabe duda de que deja huellas. Lo cierto es que podría haberse evitado. Podría haber predominado las buenas maneras y la discusión democrática de las diferencias. Pero no fue así. Ahora solo queda reconstruir la calidad de un diálogo que reconozca la defensa de los legítimos intereses de los privados y el derecho también legítimo del Gobierno de orientar y gestionar la acción del Estado peruano. El objetivo debe ser recuperar la confianza perdida, tarea en la que la prensa deberá jugar un papel fundamental para aclarar en vez de oscurecer los temas, para educar en vez de diseminar el desconocimiento, para actuar con balance y equidad en lugar de representar descaradamente los intereses económicos de unos cuantos. El daño a la confianza interna e internacional es real y de una forma u otra, al final todos somos -ya sea por acción o inacción- un poco culpables. Algunos dirán que esto ya no es posible, que la confianza es como un huevo que una vez roto ya no es posible recomponer. A quienes piensan así habrá que decirles que en ello se nos va la vida, por cuanto un elemento consustancial del modelo económico es la confianza empresarial. De igual manera, será necesario aceptar un cierto grado de Real Politik. En este sentido, es necesario recordar que el debate político tiene siempre o casi siempre un trasfondo económico. De allí que se hable -aunque con frecuencia en voz baja-de los poderes fácticos que facilitan o truncan los cambios y el progreso. Desafortunadamente, para una mayoría inmensa de la población, tales poderes permanecen siempre en la oscuridad y por lo tanto al gran público no le es factible discernir con certeza si la defensa de una determinada posición -por parte de cierta prensa, ciertos políticos, y ciertos "economistas"- constituye un tema de principio o persigue más bien un fin monetario. Habrá que ver ahora quién compra finalmente la cafetera vieja de La Pampilla para develar el misterio. Y en el entretanto, hacer nuestro mejor esfuerzo por volver a juntar los pedacitos de ese huevo tan frágil llamado "confianza", señala el economista Carlos A. Anderson.

  • [Gestión,Pág. 23]
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