BARRIL A LA DERIVA
29 de abril de 2013

Cuesta enumerar las múltiples aventuras en las que se ha embarcado Petro-Perú en los últimos dos años, empezando por su frustrada participación en el gasoducto del sur, hasta su forzada intervención en la adquisición de La Pampilla, el capítulo más reciente en su azarosa travesía por recuperar su preeminencia en el sector hidrocarburos.Recordemos que hasta el bienio 1995-1996, Petro-Perú estuvo integrada verticalmente en la industria de hidrocarburos. Operaba entonces cuatro lotes petroleros en el norte del país, poseía el monopolio de las refinerías, una planta petroquímica y setenta y ocho estaciones de servicios (grifos).El Estado no tuvo intención de potenciar a la empresa estatal hasta el 2006, cuando promulgó la Ley de Fortalecimiento y Modernización de la Empresa Petróleos del Perú (2006), que le devolvió su potestad de participar en todas las fases de la industria y comercio del petróleo, como recuerda el abogado Ivo Gagliuffi.Pero, ¿cuál es la estrategia que ha venido aplicando desde entonces la empresa estatal? ¿Se justifica un Petro-Perú fortalecido e integrado verticalmente, como antaño? ¿Está en capacidad de conseguirlo?El economista Daniel Saba ha contabilizado que las últimas aventuras protagonizadas por Petro-Perú (de manera voluntaria o forzada) podrían haber generado al erario nacional un desembolso de más de US$6.000 millones. "Esto significa que la estatal no tiene una estrategia definida pues, si la tuviera, no emprendería siete proyectos al mismo tiempo. Al contrario, se enfocaría en lo principal: la modernización de Talara y del oleoducto norperuano", señala.

  • [El Comercio,Pág. 18-19 Día 1]
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