MUERTE DE UN CAPRICHO
16 de enero de 2013

La renuncia de Humberto Campodónico a la presidencia de Petro-Perú debería ser aprovechada para que su proyecto de relanzar a la petrolera como la megaempresa que fue en los tiempos de las grandes crisis muera como mueren los caprichos cuando sus promotores tienen suerte: desvaneciéndose en silencio antes de haber tenido oportunidad de realizarse y de dejar daños materiales a los que luego pueda aferrarse el recuerdo de los demás.¿Por qué calificamos la idea del señor Campodónico como un capricho? Por cuatro síntomas inequívocos.El primero: la impermeabilidad frente a la experiencia. Sin esta, uno no puede proponer dedicar miles de millones de dólares -provengan o no de endeudamientos- a relanzar una megaempresa pública en un país cuya última experiencia sistemática con este tipo de entidades ocasionó un forado a las finanzas públicas igual al de la impudorosa deuda externa de entonces. Y menos aun si se toma en cuenta que las empresas estatales que todavía tenemos o hacen agua -literalmente- o requieren de salvatajes del dinero del público para pagar sus propias pensiones, para citar solo los dos casos que han hecho noticia en las últimas semanas.El segundo: la ausencia de cualquier sentido de proporción entre medios y objetivos. Petro-Perú tuvo utilidades el año pasado por S/.82 millones. Solo uno de los proyectos planteados por el señor Campodónico -la modernización de la refinería de Talara- costaría US$3.450 millones. Otro ejemplo. Petro-Perú, una empresa sin ninguna experiencia en nada que no sea refinería y que hasta hace no mucho daba muestras públicas de tener los severos problemas de gestión que suelen plagar a las empresas públicas, de pronto pasaría a incursionar en todas las fases de la cadena petrolera y a convertirse en socio de todos los proyectos hidrocarburíferos del país -y aun de varios en el exterior-.El tercero: la capacidad de autoengaño. Verbigracia, se ha presentado la "recuperación" del lote 64 de la empresa canadiense Talismán como la gran oportunidad para la entrada de Petro-Perú en el negocio de la explotación. La verdad, sin embargo, es que Talismán dejó el pozo porque, luego de invertir US$500 millones en exploración y encontrar solo petróleo pesado a mucha profundidad, no consideró el proyecto rentable.El cuarto: la disposición de sacrificar, en el camino de la realización del capricho, todo lo demás. Concretamente, el crecimiento de la producción petrolera en el país y de los consiguientes ingresos fiscales. De esto último hay muchas muestras. Veamos una.A la fecha existen en nuestro país 28 contratos de exploración petrolera que están paralizados por demoras en permisos ambientales y por desconfianza de las comunidades. Además, hay empresas transnacionales que se están retirando porque prefieren invertir en gas de esquisto en Norteamérica o en las enormes reservas de Brasil. En medio de esas dificultades, el señor Campodónico había tenido la idea genial de concursar los lotes petroleros poniendo como elemento de la competencia la participación que las diferentes empresas concursantes ofreciesen darle a Petro-Perú (vuelto así en socio obligatorio) en las utilidades del proyecto. Esto habría tenido dos efectos. Por un lado, volver menos atractiva la inversión en pozos peruanos, puesto que la empresa ganadora -además de pagar impuestos y regalías- debería compartir sus utilidades con un socio que no había aportado nada. Y por el otro lado, reducir los beneficios de la explotación petrolera que irían a programas sociales o de infraestructura del Estado Peruano, puesto que, al ofrecer una mayor participación a Petro-Perú, la empresa postulante disminuiría las regalías que paga al Estado.El señor Campodónico solía decir que este mecanismo para que la empresa pudiera retornar a la producción de petróleo era un "negocio seguro" y sin riesgo para Petro-Perú. Y tenía razón. Para Petro-Perú era un negocio seguro de participación gratuita en utilidades ajenas. Pero no para el Perú. Al Perú lo que le interesa es que se invierta cada vez más para que se encuentre mayor cantidad de petróleo, y que los ingresos provenientes de este ayuden a reducir la pobreza. Petro-Perú solo puede ser un fin en sí mismo para alguien con el delirio ideológico de resucitar la época dorada de la megaempresa estatal.Si los sueños rotos se merecen un bulevar como el que les dio Joaquín Sabina, los caprichos rotos deberían tener al menos algún enterradero. Ahí debe mandar el Gobierno cuanto antes los proyectos que tuvo el señor Campodónico sobre Petro-Perú.