El director de la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Mario Cimoli, advirtió recientemente que el modelo productivo del Perú, basado -según él- en aumentos de productividad concentrados en pocos sectores exportadores, no hace sostenible las políticas sociales. En ese sentido, mencionaba, sería necesario establecer una estructura productiva diversificada, así como implementar una política industrial para resolver la baja productividad. En pocas palabras, el funcionario de la Cepal parece sugerir que el Estado intervenga para promover ciertas industrias y, así, volver más productivo al Perú.Parece que el señor Cimoli no nota que el crecimiento de la productividad en el Perú ha sido impresionante. Según información recogida por el Instituto Peruano de Economía (IPE), entre los años 1992 y 2009, la productividad total de los factores (PTF) creció a un ritmo de 2,1% anual. Este porcentaje, aunque parezca bajo en términos absolutos, es bastante llamativo si se le compara con lo que sucedió en el mundo o en América Latina: la PTF peruana aumentó tres veces más de lo que creció a escala mundial (0,7%) y diez veces más respecto del promedio anual latinoamericano (0,2%). Y no pasemos por alto que durante el decenio 2001-2010 la PTF contribuyó en 3 puntos porcentuales al 5,7% promedio de crecimiento de dicha época. Entonces, si bien aún hay mucho camino por recorrer para aumentar la productividad de las empresas peruanas (seguimos muy lejos, por ejemplo, del nivel en Estados Unidos), hemos avanzado de manera muy notable.Sin embargo, alguien podría creer que, al margen de cuánto creció nuestra productividad, el problema es que el éxito de nuestra economía se explica por los altos precios de los minerales que eventualmente podrían caer. A esto habría que responder que, afortunadamente, el Perú hace tiempo dejó de ser un simple vendedor de piedras. Las exportaciones de sectores no tradicionales que agrupan a la manufactura, la agroindustria y la industria de la pesca para consumo humano, por ejemplo, cerraron el 2011 con exportaciones por aproximadamente US$10.000 millones, monto que equivale a todo lo exportado por el Perú en el 2003. Asimismo, el desarrollo económico ha permitido el auge del sector de servicios, que representa el 63% de la producción nacional (la minería solo el 7%).Por lo demás, hay que entender también que las empresas no pueden ser direccionadas por el "camino correcto" a punta de empujones estatales. Y es que la economía crece gracias a que miles de empresas van probando diversas formas nuevas de producir y, mediante el ensayo-error, descubren cómo satisfacer mejor a los consumidores. Los mercados, después de todo, son como lugares oscuros donde las empresas van a tientas descubriendo el mejor camino para tener más éxito solo con la ayuda de sus transacciones diarias. Por eso, cuando el Estado -que no tiene cómo conseguir la información que las empresas descubren a diario interactuando con sus clientes- decide empujar a toda una industria en una dirección, corre el riesgo de lanzarlas a todas en grupo por el camino incorrecto. Como prueba, basta revisar nuestra propia historia. Roberto Abusada señalaba en un artículo publicado en esta página el sábado 8 de este mes que el Perú de 1950 a 1970 crecía a tasas promedio de 5,6%, de las cuales 1,55 puntos porcentuales se explicaban por la productividad (y el resto por inversión y empleo). El gobierno militar, sin embargo, implementó una serie de políticas para "impulsar" sectores "estratégicos", como industrias estatales, sustitución de importaciones o una regulación profunda de las actividades económicas. La consecuencia fue que la productividad empezó a disminuir y a restar al crecimiento. Para el final de la década de 1980 -década en la que se mantuvo el modelo económico de la dictadura de Velasco-, la productividad caía tanto que nos restaba 3,7 puntos porcentuales de crecimiento anual (mientras la economía se encogía a -0,6% al año).Lo que sucedió durante dicha época no fue mala suerte y eso es lo que muchos se resisten a entender. En la habitación oscura nunca es la mejor estrategia darle a uno solo -en este caso, al Estado- la elección de a dónde llevar al resto.